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Mostrando entradas de 2022

El miedo se desnuda

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El miedo,  disfrazado de enfado, hace su aparición en el estrado. Se levanta el telón. La ira se maquilla  de pura indignación y esconde los defectos  de pánico y temor. Las inseguridades se colocan  encajes irritados  y frustradas puntillas. Los débiles,  pelucas  de jueces que abogan  justicia universal. Y en ese maremágnum,  se aplacan los gemidos y se apocopan llantos  que no son bienvenidos  en tierra de dolor. Un puño sobre el pecho  apaga los lamentos. Un grito que murmura. El miedo se desnuda.

La lucidez

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El tiempo te dará la razón pero te quitará la libertad de la incertidumbre. Te robará la licencia poética del misterio, la inocencia atronadora de la ignorancia. Se te llenará la boca de te lo dijes  que amordazarán la suerte de la primera vez. Y en esa esquina te harás viejo y cansino. Morirás a ratos pues no hay magia en el desierto de la experiencia ni pudor en los párpados agotados. Peor aún: No hay atajo de vuelta. Cruel, el tiempo te dará esa razón que tanto ansías. Mientras, te irá desazonando a horcajadas. Y yo, testigo de esta vileza, no podré más que denunciarlo a versos y esperarte en la desolación sórdida de mi lucidez.

Dejar de estar

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Y, de repente, no está. No hay una ola que lo haya arrastrado y pintado de espuma sus poros y manos. No hay nublado que lo haya cubierto. No. No es de las cosas que se van lentas ni de las que a veces retornan. No fue siquiera en el breve segundo que dura un suspiro ni en la eternidad de un lamento. Ni fue tampoco cuando me detuve a parpadear. Ha sido el contraste: Estaba. Ya no está. No fue el calendario que recicló mes a mes, año a año, ni las arrugas que anunciaban, primero tímidas y luego a voces, la edad en su piel. No ha habido aviso que me haya advertido del desgarro de su ausencia. Sólo permanece el ruido sordo del instante en que dejó de estar.

Un bohemio en un burdel

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Vivía en un reloj de arena con manecillas que descontaban el tiempo. No se moría nunca: tras un desaguisado, volvía como nuevo en otro rol. Leía obras completas entre líneas. Hablaba con esmero de cosas que es difícil aprehender. Escribía prosa de amor en las paredes de un burdel. Era un bohemio a la antigua usanza. Y, poco a poco, la luz se le apagó, dejó de ser. En media hora, se le pudrió la voz, murió de sed. No fue enterrado: Fue, sólo, poco a poco acostumbrado a la hipoteca, al peso de su sombra y a un traspiés que le costó la vida, le ató corto, le hundió erguido. Y se hizo hermano de la cofradía, presidente de la comunidad, socio del excelente club de fútbol, fanático acérrimo del stand-by. Y en un hostal, no lejos de su finca, una mujer con un borracho encima llora por un poeta que, en el altar al lado de su cama, le juró amor y ya no volverá.

Los murmullos de las mujeres

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El tiempo de creer que no crees en nada. Cuerpos que rozan el abismo oscuro que nos separa. Voces que silencian latidos. Latidos que no callan. Murmullos en pasillos que forman como un mantra. Una tos esporádica. El aire que se apaga Como tu aliento en mi nuca o tu rodilla en mi espalda.

El pájaro de la muerte

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El pájaro de la muerte se posa en mis pausas acechando por si cede la rima. Y si hay poesía sin haber un poema sigiloso, certero, se acerca. Esta singladura mortal que nos ocupa nos distrae del enigma indescifrable…

Regreso

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He vuelto. No siento nada. Al principio la duda, la pena, las ganas de estrenar, los días nuevos que olían a casa. Luego vino la rabia, el hedor a cerrado, el dejarme querer y que nadie me abrace. El ombligo, de piedra, vestidito de encaje. ¿Fue en el vuelo de vuelta Que de mis manos llenas con los puños cerrados se escurrió mi equipaje? No siento nada. Ni siquiera estos versos. Estoy desnuda, frente a ti, de rodillas, y no tienes nada que ofrecerme. ¿Me vuelvo? Sé que no. Amenazas vacías, las mías y las de los días por venir no tan míos. La página en blanco. Lo que has escrito allí aquí no es nada. Lo que has borrado allí aquí es silencio. Y el tiempo no te dará ni la razón ni la vuelta.

El niño que ya no eres

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Tu infancia forcejea entre mis brazos: Aprieto fuerte, intento aplacarla, y, cuando acuerdo, hallo perplejo el hueco desolador que escarbó el niño que ya no eres.   Los días tan largos, apenas un elenco delgado de recuerdos. Las nanas, ahora un eco. De tu sonrisa, un amago que peleas con empeño.   En ese abrazo salado, hemos ahorcado a tu sombra, hemos ahogado tus truenos.   Te queremos tanto , hijo, que te hemos robado el fuego.   Y al mundo, semidesnudo, te empujamos con aliento.   Mientras, por el otro flanco, te sujeto cuerpo entero.   Perdóname, mi tesoro, por castigar mi reflejo.   En estos días de pulso, estoy teñida de luto enterrando bajo el pecho al crío que ya no eres, al que mecí en el regazo del que reniegas erguido.   Te quiero tanto , hijo mío, que dejaré que te escapes. Mas no estaré a tu regreso:   El crujido de tu ausencia me postrará melancólica.   Al rendirme a tu recuerdo, encontré bajo tu cama tu sombra, truenos y fuego.

Al hijo que no tuve

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Al hijo que no tuve le he comprado un palacio para, cuando yo muera, me entierre en sus jardines y escriba en mi epitafio lo mucho que me amó.   Al hijo que no tuve le he escrito mil poemas. Así, cuando yo muera, tendrá sus moralejas guardadas en un cofre de madera. Recetas en verso de la vida para el mismo pecado cometer y que pueda la gente murmurar: - Es igualito que su madre.

Bendita rutina

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La voz anuncia que la muerte omitió generación. Se oye un estribillo fácil. Luego un duelo entre relojes. Se aferra la vieja madre al respaldo de una silla. Aún le tiemblan las rodillas. El espejo le devuelve un manicomio. Busca puntitos de luz que, desde esa persiana rota, en su cama desahuciada atrapen la pesadilla de darle teta a un bebé en medio de una batalla. El tiempo no te hizo arrugas ni te besó su mirada.

Pasa un velero

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Inspira el día. Destapa la ansiosa madrugada la caja de pandora de los viles pecados cometidos por generaciones de inocentes que, al roce de la lava del dinero y el aire del poder en sus entrañas, cambiaron sus principios por afiladas escamas. Ya sólo queda paz en esa playa en que el océano acompasa sus vaivenes al ritmo de tu vientre. Siento cálida tu piel en mi costado. Pasa un velero. Sé que en algún sitio un niño hoy no ha cenado pues una madre que se arroja a un mar de noche y de contrastes sólo ha de hacerlo en son de paz y hambre por pesares. Agoniza la ola en esa orilla, testigo de la espuma blanca, que abandera sueños quebrados en patera arribados. El espectáculo desolador de arena y raza no sobrevive al hedor putrefacto de fronteras atrincheradas con riqueza. La marea esta noche inspira sus alientos. Tú, madre, que alimentas a tus crías -sabrás reconocer- no dudarías en arrojarte al mar si no tuvieras nada que ofrecerle a tus chiquillos en esa encrucijada de la tarde en la qu