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Quiero que sepas

Quiero que sepas que me dejé la piel en todas las batallas, incluso aquellas en que acabé rindiéndome. No soy mejor soldado que el enemigo acérrimo. Mas tomé mis armas, me batí en duelo con el vacío oscuro de mi foso. En más de una ocasión, te lo confieso, caí vencido al suelo. El celo que le tengo a tu castillo me hizo no obstante reparar el vuelo y, como el ave fénix, siempre hubo un nuevo intento. Quiero que sepas que el amor que te tengo me puso de rodillas a rezar a un dios que no creía en guerras desalmadas ni en el pánico. Y fue la valentía de dejarte el legado de mi lucha la que me puso en pie y gritó: ¡FUEGO! Y luego oí otra voz decir: Confía… Y en ello estoy, amor. Que nadie diga que fracasé. Pues no hay hazaña que por ti no acometa, ni osadía que por ti se resista. Quiero que sepas que quise hacerlo bien aunque fallara y puse la intención en cada madrugada de tu tiempo. Pues no hay mayor valor que el de intentarlo después de haber perdido la batalla. Eso es amor también: Qui

A mi hiedra

  De lejos eres tan sólo una intuición, un eco, un  déjà vu . Cuando ya veo tu sombra, tu silueta se hace hueco en el espacio de mi umbral. Titubeas, tengo miedo , y tu duda se vislumbra a contraluz. Al final trepas mi cama. Tu mejilla se agazapa, como un beso, en mi garganta.

El miedo se desnuda

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El miedo,  disfrazado de enfado, hace su aparición en el estrado. Se levanta el telón. La ira se maquilla  de pura indignación y esconde los defectos  de pánico y temor. Las inseguridades se colocan  encajes irritados  y frustradas puntillas. Los débiles,  pelucas  de jueces que abogan  justicia universal. Y en ese maremágnum,  se aplacan los gemidos y se apocopan llantos  que no son bienvenidos  en tierra de dolor. Un puño sobre el pecho  apaga los lamentos. Un grito que murmura. El miedo se desnuda.

La lucidez

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El tiempo te dará la razón pero te quitará la libertad de la incertidumbre. Te robará la licencia poética del misterio, la inocencia atronadora de la ignorancia. Se te llenará la boca de te lo dijes  que amordazarán la suerte de la primera vez. Y en esa esquina te harás viejo y cansino. Morirás a ratos pues no hay magia en el desierto de la experiencia ni pudor en los párpados agotados. Peor aún: No hay atajo de vuelta. Cruel, el tiempo te dará esa razón que tanto ansías. Mientras, te irá desazonando a horcajadas. Y yo, testigo de esta vileza, no podré más que denunciarlo a versos y esperarte en la desolación sórdida de mi lucidez.

Dejar de estar

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Y, de repente, no está. No hay una ola que lo haya arrastrado y pintado de espuma sus poros y manos. No hay nublado que lo haya cubierto. No. No es de las cosas que se van lentas ni de las que a veces retornan. No fue siquiera en el breve segundo que dura un suspiro ni en la eternidad de un lamento. Ni fue tampoco cuando me detuve a parpadear. Ha sido el contraste: Estaba. Ya no está. No fue el calendario que recicló mes a mes, año a año, ni las arrugas que anunciaban, primero tímidas y luego a voces, la edad en su piel. No ha habido aviso que me haya advertido del desgarro de su ausencia. Sólo permanece el ruido sordo del instante en que dejó de estar.

Un bohemio en un burdel

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Vivía en un reloj de arena con manecillas que descontaban el tiempo. No se moría nunca: tras un desaguisado, volvía como nuevo en otro rol. Leía obras completas entre líneas. Hablaba con esmero de cosas que es difícil aprehender. Escribía prosa de amor en las paredes de un burdel. Era un bohemio a la antigua usanza. Y, poco a poco, la luz se le apagó, dejó de ser. En media hora, se le pudrió la voz, murió de sed. No fue enterrado: Fue, sólo, poco a poco acostumbrado a la hipoteca, al peso de su sombra y a un traspiés que le costó la vida, le ató corto, le hundió erguido. Y se hizo hermano de la cofradía, presidente de la comunidad, socio del excelente club de fútbol, fanático acérrimo del stand-by. Y en un hostal, no lejos de su finca, una mujer con un borracho encima llora por un poeta que, en el altar al lado de su cama, le juró amor y ya no volverá.

Los murmullos de las mujeres

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El tiempo de creer que no crees en nada. Cuerpos que rozan el abismo oscuro que nos separa. Voces que silencian latidos. Latidos que no callan. Murmullos en pasillos que forman como un mantra. Una tos esporádica. El aire que se apaga Como tu aliento en mi nuca o tu rodilla en mi espalda.