Dejar de estar

Y, de repente, no está.
No hay una ola que lo haya arrastrado y pintado de espuma sus poros y manos.
No hay nublado que lo haya cubierto.
No.
No es de las cosas que se van lentas
ni de las que a veces retornan.
No fue siquiera en el breve segundo que dura un suspiro
ni en la eternidad de un lamento.
Ni fue tampoco cuando me detuve a parpadear.
Ha sido el contraste:
Estaba.
Ya no está.
No fue el calendario que recicló mes a mes, año a año,
ni las arrugas que anunciaban,
primero tímidas y luego a voces,
la edad en su piel.
No ha habido aviso que me haya advertido del desgarro de su ausencia.
Sólo permanece el ruido sordo del instante en que dejó de estar.




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