Cobarde
Nunca gustaste de bodas y bodorrios. No ibas a estar ¡por supuesto! en tu entierro. La abandonaste. Bajo tu cremallera blanca y larga acobardado, no sopesaste que esa mujer no estaba armada para hacer frente a caras y manoseos. ¡Ni mucho menos a lágrimas de ateos! La dejaste sola. De tu dulce sopor no escapaste siquiera a pedirle perdón. ¿La buscaste y no hallaste? ¿O es que ya mucho antes de amarla dejaste? Se hizo pánico el temor, pavor el miedo. Luego la nada.