Un bohemio en un burdel

Vivía en un reloj de arena con manecillas que descontaban el tiempo.
No se moría nunca: tras un desaguisado, volvía como nuevo en otro rol.
Leía obras completas entre líneas.
Hablaba con esmero de cosas que es difícil aprehender.
Escribía prosa de amor en las paredes de un burdel.
Era un bohemio a la antigua usanza.
Y, poco a poco,
la luz se le apagó,
dejó de ser.
En media hora,
se le pudrió la voz,
murió de sed.
No fue enterrado:
Fue, sólo, poco a poco acostumbrado
a la hipoteca,
al peso de su sombra
y a un traspiés que le costó la vida,
le ató corto,
le hundió erguido.
Y se hizo hermano de la cofradía,
presidente de la comunidad,
socio del excelente club de fútbol,
fanático acérrimo del stand-by.
Y en un hostal, no lejos de su finca,
una mujer con un borracho encima llora por un poeta que, en el altar al lado de su cama,
le juró amor
y ya no volverá.



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