Rezar


Fue meditar
la empresa que le entrenara a atajar
el pensamiento en brote a todo gas
de convertirse en ansiosa locura.
La ira en un amago ha de quedar.
El miedo en un suspiro.
El corazón en un tic tac
coherente y aburrido.

Y, sin embargo,
sólo rezar
los mantras de su infancia ya olvidada
a base de terapia recordada
y recitar
los versos de su aireado padrenuestro,
las letanías de su amor primero,
que respiró
y el pulso de su vida rescató.

Las doce ya.
Una oración le escucho susurrar.

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