A poquitos

A mi madre

Madre, te veo:

Disimulas.

Te amo tanto, madre,

que disimulo que veo que disimulas.


Me dices que ese perro está cansado, 

que habrá de acortarse el viaje.

Te siento vieja y cansada.

- Ese perro mustio y viejo, digo,

quiere volverse ya a casa, madre.

- Vamos a casa, te increpo.


Me cuentas que no te duermes,

que anoche has perdido el sueño.

Y en mi insomnio preocupado

oigo tu ronquido viejo.

Disimulo.

Hago como que yo duermo.


En el sillón te apoltronas

como cualquier otro abuelo.

Pero tú no duermes, madre,

- Sólo descanso los ojos…

Y así se pasa el invierno:

Yo finjo que no has dormido

y tú pretendes no hacerlo.


Me cuentas las mismas cosas

en rosario y a diario.

Yo finjo que me sorprendo.

A su vez, yo me repito

pues olvidaste de nuevo

las cosas que te he contado

hace apenas un momento.


Disimulas que cojeas,

que ya no ves

que no coses

que no lees

que te tiembla el pulso al darme la mano,

la voz al callar el miedo que, 

sin poder evitarlo,

tienes a que acabe el tiempo.


Y yo disimulo, madre, 

que perdiste la firmeza de tu piel

y el legado de tu esmero que

durante tanta década

cultivaste con apego.

Siento mucho, anciana madre,

que la muerte gane el reto.

Tú disimulas la edad.

Yo disimulo el lamento

que me produce perderte

a poquitos, 

día a día,

en ese desgaste lento

que la vejez erosiona en ti, 

madre, 

y en mi pecho




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